¡Pucha,
amaneció lloviendo!, exclaman
varios por la mañana en Villa
O'Higgins. Es que la posibilidad
de caminar cinco horas bajo la lluvia
y metidos en el barro para llegar
al campamento base del río
Mosco no es muy atractiva. Y para
oscurecer más el panorama,
se pone a granizar.
Así
es el clima en la Región
de Aysén, nunca se sabe qué
va a pasar. De hecho, esta expedición
compuesta por geógrafos,
botánicos, ornitólogos,
especialistas en huemules y gente
del SAG, Codeff, Conaf y del Ministerio
de Bienes Nacionales casi no
llega a destino porque el puente
Vagabundo, entre Cochrane y Puerto
Yungay, fue destruido pocos días
antes debido al mal tiempo.
Pero
el equipo, que viajó hasta
la zona para realizar estudios científicos
en la cuenca del Mosco, en especial
para recoger información
acerca de una colonia de huemules,
llegó sin novedades a Villa
O'Higgins y está listo para
comenzar la travesía final.
Unas veinte personas ajustan sus
mochilas y se abrigan, mientras
Hans Silva, concejal del pueblo
y encargado de la logística
de la expedición, da las
últimas indicaciones antes
de iniciar el ascenso al campamento
base.
La
caravana comienza a subir por una
escalera de madera que llega hasta
un mirador. La vista de la Villa,
el lago O'Higgins y las montañas
circundantes es magnífica.
"Cuando está despejado
se ve hasta el Campo de Hielo Sur",
dice Hans. Luego, el sendero se
interna por el bosque y los paisajes
se tornan cada vez más salvajes
e impactantes. Dejó de llover,
así que la marcha es mucho
más expedita, y con los rayos
del sol que se asoman, los colores
de los árboles y el cielo
se ven mucho más intensos.
El
sendero no es fácil para
alguien poco acostumbrado a las
caminatas. Hay que saltar troncos,
esquivar raíces, subir y
bajar laderas e ir dispuesto a embarrarse
hasta las rodillas, pero no hay
para qué apurarse ni hacer
demostraciones de destreza. Sólo
hay que tomarlo con calma y mantener
un ritmo constante, aunque sea lento.
Así, uno puede ir parando
para beber agua de un arroyo, quedarse
mirando cómo un pájaro
carpintero se las ingenia para cazar
gusanos en la copa de un ñirre
y tomar merecidos descansos sentado
sobre algún tronco.
El
río Mosco hace de límite
con Argentina y desemboca en el
también limítrofe
lago O'Higgins. Su cuenca está
prácticamente inexplorada
y eso ha permitido la preservación
de las especies nativas de la región
de Aysén, particularmente
del huemul, que por estos parajes
circula casi sin restricciones.
Pero aún no se sabe cuántos
ejemplares hay, así que uno
de los principales objetivos de
la expedición es recoger
información de este animal,
basándose en avistamientos,
huellas, fecas y cornamentas que
se puedan encontrar.
La
labor que cumplan los geógrafos
también es relevante. El
Mosco, que desciende de cuatro sistemas
glaciares en proceso de retroceso,
sufre de frecuentes crecidas, así
que ellos, además de estudiar
la formación del valle, evaluarán
los riesgos que representa para
la población.
Luego,
con los resultados de la investigación,
el ministerio de Bienes Nacionales,
que administra estos terrenos fiscales,
analizará las alternativas
para explotar y seguir preservando
este recurso. Una de las propuestas
es crear un parque turístico,
con énfasis en el avistamiento
de huemules, que sea administrado
por privados.
Las
expectativas del grupo son altas,
y cada uno va sacando sus cuentas
a medida que avanza por el sendero.
Jorge Tomasevic, el ornitólogo
del grupo, se queda imitando los
sonidos del hued-hued que se cruzó
por el camino; Nicolás García,
botánico, no deja de recoger
muestras de plantas; y Alexander
Brenning, geógrafo alemán,
revisa atentamente la ladera del
cerro.
"¡Cuidado!
Pisaste una huella de huemul",
advierte Soraya Corales, de Codeff.
Uno, que anda preocupado de los
troncos y las raíces, difícilmente
se da cuenta de que el sendero hasta
el refugio está lleno de
pisadas y fecas del animal nacional.
Según los expertos, son rastros
frescos, así que las ilusiones
de encontrarse con un huemul a boca
de jarro son aún mayores.
"Entonces
deben andar por aquí",
afirma uno, convencido de que ver
a este esquivo animal es como encontrarse
con un perro en la calle. "No
creo", replica Soraya, "porque
en el verano suben a las partes
altas de los cerros con sus crías.
De hecho, es raro que anden ahora
en esta zona, porque bajan durante
el invierno". Habrá
que esperar hasta el día
siguiente para avistar huemules.
La
llegada al refugio es una sorpresa,
porque nadie esperaba encontrarse
con una cabaña tan bien construida
en medio de este paraje tan virgen.
Parece la casa de Hansel y Gretel,
protegida por un bosque de lengas,
con un arroyo corriendo por el lado
y con un buen fogón encendido
para comenzar a desentumecer los
pies después de cinco horas
de marcha.
Pero
más impresionante es la logística
de la expedición. No alcanzamos
ni a llegar cuando un grupo ya está
armando las carpas donde vamos a
dormir. Además, hay un cocinero
que prepara un puchero para recomponer
el cuerpo. Mientras, Hans instala
una radio para comunicarse con Villa
O'Higgins, y enciende un generador
para tener luz por la noche en la
cabaña y poder conectar los
computadores de algunos de los expedicionarios.
Y se agradece, porque la exhibición
de las fotos tomadas durante el
día es parte de la entretención
nocturna.
Estamos
de suerte, amaneció despejado
y los distintos grupos se aprontan
para comenzar con la investigación.
Los geógrafos dirigen sus
pasos a la continuación del
sendero, que termina en el glaciar
Mosco; el ornitólogo pasará
largas horas observando cada pájaro;
los del SAG se internarán
en el bosque para ver qué
otros mamíferos hay en la
zona; y los de Codeff parten con
camas y petacas al cerro Huemul.
La idea es acampar allá y
recoger la mayor cantidad de información
que se pueda.
Hans
Silva nos acompaña la primera
parte del trayecto. Después
de siete años viviendo en
la región, conoce la cuenca
del Mosco como la palma de su mano,
y al parecer ha sufrido una especie
de mutación a huemul, porque
salta y se desplaza por el terreno
escarpado con la naturalidad de
uno de estos animales.
Los
de Codeff no lo hacen nada de mal.
Es cierto que no avanzan con la
misma velocidad de Hans, pero lo
hacen con resolución. Están
acostumbrados a subir y bajar cerros
en busca de huemules a lo largo
de Chile, así que esto de
esquivar troncos caídos y
aferrarse de las ramas es pan de
cada día.
Después
de poco andar, el sendero desaparece,
así que confiamos en la orientación
del guía de Conaf, y nos
vamos internando en un bosque cada
vez más cerrado. Hay que
tener cuidado de no meter el pie
en las turberas (suelos muy húmedos
cubiertos de vegetación tipo
musgo), y los últimos metros
de subida del cerro son tan escarpados,
que ya no caminamos, sino que reptamos
aferrados hasta de las raíces.
De
repente el bosque se acaba y es
reemplazado por una gran extensión
de turberas. La nieve de la cumbre
está mucho más cerca,
y al fondo de la quebrada se siente
el murmullo del río.
Lo
único que esperamos ahora
es ver huemules, y no pasa mucho
rato antes de que llegue Cristián,
uno de los guías, a decirnos
que un poco más arriba hay
una hembra. Partimos todos corriendo
a ver el hallazgo. Ahí está
el huemul observándonos,
espiando cada uno de nuestros movimientos.
Intentamos acercarnos, pero a cada
paso que damos el animal se aleja,
hasta que se pierde en los matorrales.
"Calculo
que vamos a ver al menos dos grupos
familiares en este cerro",
advierte Soraya. Los huemules suelen
vivir en grupos de cuatro a cinco,
incluyendo macho, hembra y crías.
Además, necesitan de los
bosques para protegerse de la lluvia
y el sol, así que la cuenca
del Mosco, llena de lengas y coigües
prácticamente intocados,
es el hábitat ideal para
ellos.
Al
finalizar la jornada de investigaciones
hay buenas noticias. El ornitólogo
avistó diez especies de aves,
entre ellas el carpintero negro;
los representantes del SAG descubrieron
huellas y fecas de puma, lo que
significaría que este animal
vive en armonía con los huemules;
y llegaron las cosas que se quedaron
en Villa O'Higgins el día
anterior, así que el refugio,
que ya contaba con un montón
de comodidades, ahora parece una
casa perfectamente decorada.
Lo
único preocupante, además
del desgaste de algunas rodillas
poco acostumbradas al trekking,
es el estado del sendero hasta el
glaciar. Si bien siguen marcados
los puntos de interés, la
última crecida del río,
una semana antes de la llegada de
la expedición, se llevó
gran parte de la huella. Y como
más vale prevenir que lamentar,
es altamente recomendable hacer
el recorrido con un guía
y equipo adecuado para escalar.
La
última comunicación
del día con el grupo de Codeff,
que acampa en el cerro Huemul, es
motivo de júbilo: avistaron
dos parejas con crías, y
gracias a la docilidad de este animal
pudieron acercarse a dos metros
de ellos. Calculan que hay unos
25 ejemplares en la cuenca del Mosco.
Nos vamos felices a nuestras carpas,
sin darnos cuenta de que comienza
nuevamente a llover y que no cesará
en toda la noche.
Las
salidas que estaban previstas para
la mañana siguiente se retardaron
por la lluvia, así que nos
reunimos todos a tomar desayuno.
Nada que envidiarle a un buffet
de hotel, porque hay yogur, cereales,
jugo, fruta, y unos inmejorables
huevos revueltos. Es que el campo
abre el apetito, además que
hay que acumular energía
para caminar sobre el barrial en
el que seguramente se ha transformado
el sendero a Villa O'Higgins.
Ya
aprendimos de la primera caminata,
así que sólo nos protegemos
de la lluvia, nada de ropa gruesa.
Y vamos andando, esta vez con más
cuidado, porque la senda está
jabonosa y los pies se hunden en
las pisadas de los caballos que
han pasado como cinco veces por
ahí.
El
río Mosco y los arroyos afluentes
vienen más caudalosos y cuesta
más vadearlos. Pero a nadie
parece preocuparle, porque después
de tres horas de marcha bajo la
lluvia, lo único que interesa
es llegar pronto al pueblo para
darse una ducha bien caliente antes
de seguir camino a Cochrane.
Hay
que apurarse porque la última
barcaza a Puerto Yungay es a las
cinco de la tarde y vamos con el
tiempo demasiado justo. Sigue lloviendo
y la niebla envuelve los cerros.
"¡Paren, hay dos huemules!",
grita uno en el auto. De golpe se
nos olvida que vamos contra el tiempo
y sólo atinamos a detenernos.
Una hembra y su cría nos
miran atentamente. No podíamos
esperar una mejor despedida.
Carta
al editor de la revista del Domingo
en Viaje. Domingo 4 de mayo de 2003
Señor
editor:
¡Alentador
el reportaje a los huemules de Villa
O'Higgins! Pero tengamos cuidado.
Su mansedumbre y confianza en el
hombre son su perdición.
En 1945 una docena de huemules rodeó
curiosamente las carpas de Augusto
Grosse en el Valle Huemules: hoy
no queda ni su recuerdo.
La
pequeña población
de Villa O'Higgins requiere el máximo
de protección. ¡Nada
de pobladores ni de ganado ni de
perros ni tampoco de turistas intrusos!
!Démosle al huemul el trato
de tesoro nacional a que tiene derecho!
La espada de Damocles de la extinción
sigue pendiente sobre nuestro hermoso
animal heráldico. Godofredo
Stutzin
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